Padres de Bastián Bravo asisten a funeral de su hijo con fuerte custodia de Gendarmería.

Viernes 04 Diciembre 2015

 
Iván Bravo y Mireya Sepúlveda llegaron hasta el Parque del Sendero de Maipú esposados. Ambos se encuentran formalizados por abuso sexual y por almacenamiento de pornografía infantil tras la desaparición de su hijo.

por NANCY VELÁZQUEZ

Al ver estas fotos se me vuelve a llenar el corazón de certezas de que Dios está aquí para amarnos.

Vi en la televisión a los padres de Bastián cuando el hijo hubo desaparecido. Luego su bochornoso encarcelamiento y mas tarde “la voz de mi Señor: “Consuela a mi pueblo”.

Y las puertas de los penales se abrieron para mí. Visité a Iván el padre en Santiago Uno. El no confió, no quiso hablar. Yo comprendí, estaba preso sin la posibilidad alguna de continuar la búsqueda del hijo. Volví 3 veces. Le explique que no quería hacerlo católico ni que rece conmigo sino que yo estaba ahí para acompañarlo. Al fin bajó las barreras. Logramos comunicarnos.

En la televisión  vendían la noticia exageradamente y el tenía acceso permanente a ella. Los panelistas matutinos no empatizaron ni consideraron los dolores y sensibilidades de un padre y madre que solo querían saber donde estaba su hijo. Esa  gene hasta ayer anónima, hoy eran delincuentes. A Bastián lo encontraron muerto. La justicia debía averiguar si fue suicidio, muerte accidental, o asesinato. Iván supo la noticia por la televisión del penal. Mireya por una llamada de su familia.

Ese día visité a su madre. Sentí el grito de Raquel: “En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos, es Raquel, que llora a sus hijos y no quiere que la consuelen, porque ya no existen. (Jeremías 31,15)

Me hice el compromiso de estar junto a la familia. Y por petición de Iván, el Padre de Bastián acompañé a su hermana que fue su gran apoyo y a su hija Ivanna de 9 años.

Viví el funeral con una gran intensidad. Entendí que era emisaria de los ojos y las sensaciones que los padres no podrían vivir por lo que toda yo era ojos para registrar cada uno de los detalles.

En el cementerio se habían tomado todas las medidas. Un oficial de Gendarmería me reconoció. Y la hermana de Iván confió en mí. Ambos me pidieron que al momento de llegar los padres yo sacara a la niña de la escena porque ellos por causas legales no podían estar a ciertos metros de distancia y había que evitar que al verlos la niña corriera a abrazarlos. Hasta ese momento la niña estaba sentadita al lado del féretro.

A Ivanna le explicamos lo que haríamos. Claro que ella nunca supo que los padres estaban ahí a un suspiro de su presencia. Llegado el momento y según lo acordado, la tomé de la manita y la saqué de ahí entre el alboroto publico que la escena producía.

Una mujer grito ¡asesinos! Y la muchedumbre la hizo callar. Engrillados y todo ese momento era el santo derecho de un padre y una madre de darle el adiós al hijo que se suicidó.

Mi última mirada al funeral fue la de las fotos de arriba. El resto solo fue dialogo con la niña, que de vez en cuando como presintiendo que sus padres estaban allí quería volver a la sillita al lado de su hermano.

Conversamos lo suficiente. Ivanna amaba profundamente a sus padres y a su hermano. Y preguntaba a cada momento por su papá. Ella sabía que la familia había tenido un accidente y que su hermano había muerto pero que los papas estaban en el hospital. Algo presentía, no entendía porque no podía verlos.

Resuelta  me preguntó a mi si estaban muertos. Le contesté que no porque los había visto y conversado con ambos, y le describí el lugar donde estaban. Ella en una sala acompañada por otra enferma. Y el papá caminando al sol por el patio. Me contestó enojada: ¿Por qué tu puedes verlos y no yo que soy su hija? Le respondí que pude porque soy “esposa de Cristo”. La niña quedó absolutamente fascinada. Su madre y hermano participaban en los encuentros del Ejército de

Salvación y las cosas de Jesús las comprendía bien.

Cuando los carros se retiraban y viendo que pasarían justo a nuestro lado le pregunté que regalo quería ella que yo les llevara al hospital. Contestó enseguida sin preámbulos: “A mi papá un helado de menta con chocolate porque él lo compra para mi y me pide  y siempre se lo come. Y a mi mamá una flor como rosada pero medio morada”

En ese momento y muy lentamente porque estábamos en el camposanto pasaron a nuestro lado ambos furgones. No pude evitar las lágrimas. Lo que le sucedía a esta familia era terrible, tremendo. La fiscal insistiendo en mandar a Ivanna a un Hogar de Menores. Su hermano enterrado. Sus padres encarcelados. A pesar de los cuidados de ambas familias Ivanna quedaría solita. En una casa que no era su casa, sin su hermano, sin su camita, sin sus perros. La pequeña curiosa y sensible me preguntó porque tenía los ojos mojados y le dije que era por la tierra que los dos furgones verdes dejaron. 

Esa misma tarde yo entraba al Retiro Anual del Ordo.  Después de comulgar lloré mucho por lo vivido.  El último día me dediqué a redactar la carta para los padres. AL día siguiente fui a los penales a dejar el encargo. En Santiago Uno me permitieron entrar con el helado verde. Y en San Miguel con las flores moradas.

Era lo único que podía hacer.

No puedo dejar de mencionar esto. Porque hoy en libertad Iván se pregunta por qué pasó todo esto. Porque ahora no sabe de donde afirmarse. No es un hombre especialmente creyente. No comprende porque la prensa hizo polvo lo que había construido como familia. Hoy, un año y dos meses del suceso. Iván y Mireya están en libertad. Y la justicia aún los priva de la cercanía con Ivanna hasta que el caso esté definitivamente cerrado.

 



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