Por Nancy Velázquez
Como mujer consagrada me pongo en tu lugar e imagino el dolor tras tus frases “Empezó mi calvario”…“Mis hermanas fueron muy crueles conmigo”. Tu caso remece toda la vida religiosa y lo que hoy ves como crueldad es producto del temor a lo incomprensible.
Seguro que hoy hay más puertas con llave en todos los conventos y nuevas normas de disciplina y cuidado personal que ayuda pero quitan la libertad.
Cómo no dolerse si ingresaste al convento siendo casi niña, una adolescente de 16 años. Tal vez eso explica tu silencio y la forma como resolviste tu drama, “escapando”.
Francisca, hay una preciosa mujer que da la lucha por su vida para vencerle a un cáncer y ya logró parir a “Pedrito Milagros”. Ambas, tú y ella han estado al borde de la muerte, tú en la muerte espiritual y ella en la muerte física.
Ella en su enfermedad dio toda su fuerza y energía para que Pedrito Milagros, producto del amor conyugal abriera sus ojitos a la vida. Tú optaste por dar en adopción al niño que se gestó en tu vientre de mala manera, y que a primera vista te separa del amor esponsal con el Señor. Tú sabes que eso no es así, no te separa, te une a su calvario.
¡Gracias mil por cuidar tú embarazo!, con todo lo que ello significó. ¡Gran testimonio!
Sea cual sea su nombre también debería llevar el título de “milagro” porque fue llamado a la vida, en un convento, contra todo lo imaginable. Así no lo tengas hoy a tu lado. Cuenta con nuestras oraciones para que él (o ella) sea una persona de bien como lo has sido tú. Pedir miles de oraciones por tu hijo será una misión una gran misión.
Hoy, la calle acusa al Arzobispo como representante de la Iglesia, desconociendo el estilo de vida que por libre voluntad hemos elegido después de un discernimiento vocacional.
Optamos por ir tras la maravillosa aventura de la fe, para unirnos diariamente en la oración y Eucaristía con el Señor, para rezar por la Iglesia y el mundo. No se nos pasa por la cabeza que un convento, Instituto, Seminario sea nuestro empleador, menos que nos contraten seguros de vida. Y no vemos si nos agradan o no los compañeros de comunidad. ¡Queremos ser de Cristo, y eso es todo!
Me atrevo a decirte Francisca, que las consagradas hemos sufrido tu testimonio, estamos contigo más de lo que crees, a todas se nos plantea la disyuntiva: “Si me hubiese pasado a mí”.
Y nos cuestiona la confianza fraterna... ¿Por qué tu opción fue callar un hecho tan grave? ¿Por qué tuviste que sentirte culpable cuando el culpable es quien debe pagar el crimen?,¿Por qué tener que afrontar la realidad de un hijo no deseado en tu vientre te hizo huir? Si eso me hubiese pasado a mí, no sé cómo habría reaccionado. Con mayor razón ahora redoblemos la oración por las miles de víctimas que han sufrido lo que tú porque eso nunca se espera ni se desea. Eso, transforma dolorosamente la vida de cualquier hombre o mujer.